ÁNGELES
Abdenago (El lenguaje de las fuentes)
Le dije a mi prima que me dibujara un angelito. Asintió con la cabeza, cogió el lápiz de las Supernenas, afiló las plastidecor y se puso manos a la obra. Enseguida reconocí entre los rallotes a un angelote cualquiera de esos que nos invaden cada navidad en los portales de Bethelehem: niños imberbes con el pelo rizado y pecas, sonrientes, vestidos de blanco, con alitas y a los que se les presupone dotados de una voz aterciopelada. Sí, a priori, nuestros ángeles son así. El olor a chamusquina me llegó al rato, con eso de que San Miguel y otros de los suyos eran pro-Charlton Heston y venían armado y con espadas, para luchar contra el mal y protegernos. ( si es el ángel de la Guarda y nos pillan, siempre podremos alegar defensa propia, digo yo) El caso es que con todo esto me vino a la memoria Abdenago, ángel custodio de la castidad de María y, por ende, azote de los instintos más carnales de José, carpintero, padre y paciente. Al pobre hombre (José, quiero decir) le acosan unos seres que no le dejan ni dormir, y especialmente tiene a éste (al que bautiza como Abdenago) pegado a sus espaldas, enviado desde lo más alto para proteger sus intereses como padre de Jesús y esposo de María. Leer sobre Abdenago puede ser todo un shock, no sólo por la descripción física que hace Martín Garzo del personaje (constitución humana, expresión atormentada cercana al pathos laocooteniano, esfínteres incontrolados, respiración forzosa, voz metálica) o porque el autor lo dota de cualidades que según la tradición católica estos no poseen (como por ejemplo leer el pensamiento), sino por ese proceso de metamorfosis tan desagradable, agónico y degenerativo que lo acerca tanto a la especie humana y que casi nos degrada. Abdenago, al igual que otros que rondaban a José, estaba muy lejos, valga la redundancia, de cualquier imagen angelical. Más bien, todo lo contrario. Se les presenta como entes agresivos, violentos, vengativos, dispuestos a todo.
Sin duda alguna, si José es el verdadero protagonista (y merecido) de " El lenguaje de las Fuentes" (Gustavo Martín Garzo, 1994) por la trascendencia de su persona como padre de El Mesías, Abdenago es la gran revelación de la novela. De hecho, desde que la leí allá por el año 2002, estoy esperando una novela especialmente dedicada a las andanzas de Abdenago por la tierra...En fin, un ángel caído, como muchos otros.